Fotografia de la ciudad del Cusco donde apreciamos el Templo de Santo Domingo.
Nuestra magica ciudad del Cusco y sus calles han sido testigo de grandiosas historias que queremos compartir con ustedes.
En el año 1640 vivía en Cusco Doña Visitación Pajuelo de Ortecho, una mujer adinerada quien había quedado viuda con dos hijos (Gervasio & Clotilde), ambos hijos tenían buen corazón y solo les interesaba la buena salud de su madre quien lamentablemente falleció víctima de los años y un infarto inesperado. Gervasio había dedicado su vida al servicio de Dios puesto que era sacerdote y una vez que había perdido a su madre la preocupación más grande que tenía era Clotilde (su hermana) quien era una mujer muy bella y siendo aún ambos herederos de una cuantiosa fortuna, hacían que la hermana menor sea acechada por numerosos jóvenes en edad casamentera.
En esos años también vivia en Cusco Doña Servanda Gomez de Colmenares, una mujer ambiciosa y de malas intenciones quien tenía un hijo llamado Joaquín, un muchacho apuesto y de varonil acento que se ganaba admiración en toda mujer jóven que habitaba el Cusco de ese entonces.
Una mañana de Febrero el Cusco amaneció con lluvia y las campanas del Templo de San Cristobal anunciaban una triste noticia, Gervasio el sacerdote y hermano protector de Clotilde había fallecido dejando a la muchacha de 25 primaveras sola, desamparada y expuesta a malintencionados personajes que solo buscarían heredar su fortuna.
Doña Servanda se había enterado de la triste noticia e hizo cuanto pudo para que su hijo y Clotilde puedan unirse en matrimonio y asi poder acceder a la fortuna de la desdichada joven. Grande fue la sorpresa de Joaquin y su madre cuando descubrieron que el buen Gervasio había entregado el total de su fortuna a los mas necesitados dejando a Clotilde lo único que les quedaba, la casona de sus padres ubicada en la esquina de la calle Huaynapata con la actual Calle Purgatorio. Mas grande aun fue la cólera que sentía Doña Servanda por la pobre Clotilde cuyo único pecado fue quedar sola a merced de Joaquin. Los años pasaron y todo el Cusco sabia el abusivo trato que recibía Clotilde por parte de la vieja cascarrabias, camorrista y difamadora Servanda, sin mencionar al mujeriego, mentiroso y astuto alcabalero (cobrador de sisas a los mercaderes) llamado Joaquin. Una vez más el luto había caído sobre la casona de la calle Huaynapata, la vieja de malas pulgas había dejado de existir y tan mal había caido la noticia sobre el huérfano que se dejó caer en depresión hasta perder su puesto de trabajo y seguir abusando de la pobre Clotilde como para que no sintiera la ausencia de Doña Servanda.
Pasó el tiempo y el socarrón Colmenares no encontraba forma para ganarse la vida, es por ello que puso en práctica una superchería, aprendió a andar en zancos, se colocaba una capa y capucha negra, se pintaba el rostro de blanco dándole el aspecto de una calavera, salía por las calles pasadas las nueve de la noche, en una mano sujetaba una olleta llena de trapos que ardían y flameaban alumbrando escasamente al oscuro personaje, en la otra mano sujetaba una alcancía de madera pintada de negro la cual tenía esta inscripción con letras de color blanco:
“UNA LIMOSNA PARA LAS ALMAS DEL PURGATORIO”
Todo el Cusco comentaba en tiendas y plazas “seguramente es el alma de Doña Servanda que paga merecida condena por su maldad y ambición”. El alcabalero empezó a recorrer la calle golpeando a media noche las puertas de las casas, dejando en el suelo la alcancía, y aterrorizando o desmayando a quien franqueaba la puerta echándoselas de valiente.
El miedo obligaba a hombres y mujeres a echar monedas, pesetas y reales en la alcancía, para que la recogiera el fantasma que era tenido por un alma en pena.
Después de muchas andanzas y desvelos el alcabalero se las ingenió para seguir cosechando monedas sin salir de casa, pues pinto en la esquina opuesta a la calle una calavera sobre huesos cruzados, colgando debajo la alcancía como una continua petitoria a los transeúntes, quienes no tardaron en llamar CALLE DEL PURGATORIO al angosto callejón que acaba en pequeña cuesta que nos lleva hacia la calle denominada Huaynapata.
Debemos de tener muy claro que “nadie se va de este mundo sin pagar lo que hace” Joaquín de Colmenares perdió su puesto de “Sisa Mayor”, perdió la casona que lo había acogido (en el terremoto de 1650), perdió a su esposa (la sufrida Clotilde); para colmo de desgracias, quedó tartamudo y paralitico por el efecto del gran terremoto que arruino la ciudad del Cusco y se supo que llegó a tener una vida longeva. Todo el Cusco lo llegó a ver arrastrarse por la calle cuyo nombre era ya general, recordando tal vez los innumerables abusos y crueldades que cometió, solía decirse que estaba en el Purgatorio especial de sus pecados desde este mundo.
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