miércoles, 17 de mayo de 2017
Historias de Cusco - CEMENTERIO DE LA ALMUDENA
* RELATO DEL CEMENTERIO DE ALMUDENA
Los ángeles de mármol vigilan nuestra travesía nocturna mientras la guía empieza a contar algunas historias de terror, como la del hombre que fue enterrado vivo. Padecía de catalepsia (sin signos vitales pero su corazón seguía funcionando)
Cuentan que fue velado dos días. Al tercer día lo enterraron en medio de lágrimas y lamentos. Al caer la noche el panteonero escuchó lamentos roncos desde dentro del mausoleo. Cuando lo desenterraron ya estaba muerto. De pronto, ante nuestros ojos, aparece un alma penando de la tumba de aquel hombre.
Nuestra guía hace una pausa. Voltea a la izquierda. En aquel mausoleo -continúa- descansan los restos de dos niños, los hijos del aviador Alejandro Velasco Astete. Murieron en un accidente de avión.
Algunos extrabajadores del camposanto aseguran que cada 2 de noviembre, día de los muertos, llega una anciana a poner flores a los nichos de los niños. Sería su nana. Mientras escuchamos la historia, sobre el gran nicho juegan dos niños con alas angelicales.
Avanzamos a paso lento. La noche se pone más oscura.
* DAMA DE LA ALMUDENA
Hemos llegado hasta la cripta a cuyo extremo izquierdo está la cruz de los lamentos. Cuenta la historia que un muchacho se suicidó. Antes acabó con la vida de sus hijos en la casona abandonada de la calle de Shapy. La misma donde apareció colgado el chileno Ramón Castillo Gaete, conocido como Antares de la Luz. Dicen que el suicida todas las noches se para frente a la cruz para suplicar perdón. En ese momento aparece un joven desde la oscuridad y empieza a soltar lamentos, apoyado en la base de la cruz. Nuevamente se oyen risas nerviosas.
Hemos avanzado unos veinte metros. La mujer que nos guía cuenta la historia de la Dama de Almudena. Una novia murió y desde entonces su alma pena. Cada noche toma un taxi desde la calle Santo Domingo hacia la plazoleta Almudena.
Cuando el taxista llega a su destino, la pasajera ya no está. Entonces siente un frío extraño, porque “el frío de la muerte no se parece a ningún frío”, concluye nuestra guía.
Son las siete y treinta. El recorrido entre la penumbra, ángeles de mármol y aparecidos, termina. Es hora de dejar que los muertos sigan descansando en paz.
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